El intocable Steven Spielberg ya no es intocable. Durante las últimas semanas, se han referido al director favorito de Hollywood de todas las formas hirientes que existen en el manual geopolítico: un alborotador moral, un liberal ingenuo y mimado sin contacto con la realidad, un traidor al Estado de Israel, un judío que se odia a sí mismo... Su nueva película, Munich, recién estrenada en Estados Unidos, ha sido sometida a feroces críticas por parte de los conservadores norteamericanos, los lobbistas proisraelíes y el gobierno israelí. Todos quieren probar que está equivocado en los datos, confundido en su lectura de Medio Oriente y directamente ofensivo en sus implicaciones sobre la moralidad de pelear “la guerra contra el terror” –sea Israel atacando a las guerrillas palestinas o los Estados Unidos después del 11 de septiembre–.
En suma, Spielberg ha tocado los nervios más crudos. En parte, sin duda, fue algo intencional: su película narra la muy atacada historia de un escuadrón asesino israelita enviado para vengar el secuestro y asesinato de once atletas israelíes en las Olimpíadas de 1972 en Munich. Al hacerlo, despliega provocativos interrogantes sobre el presente y el pasado.
La misión del escuadrón es presentada como noble al principio, pero gradualmente los miembros del equipo son asaltados por las dudas: sobre la moralidad de matar en el nombre de la justicia, sobre la culpabilidad de los “blancos” que les ha sido ordenado cazar y, finalmente, sobre la efectividad práctica del asesinato como estrategia contraterrorista.
El paralelo con los Estados Unidos de George Bush es indudable en un momento en que la posición moral del país ha sido minada por informes de torturas, asesinatos y una guerra justificada por trabajos de inteligencia que fueron incorrectos o deliberadamente tergiversados.
Sin duda, Spielberg calculó que si existía un cineasta capaz de salirse con la suya con un material tan incendiario ése era él. Como director de La lista de Schindler, su estima en Israel no podía estar más alta. Había contribuido generosamente a las causas judías, y desarrollado una reputación como cineasta preparado para tratar con enorme cuidado asuntos serios. Tanto La lista de Schindler como El soldado Ryan –sobre el desembarco en Normandía en 1944– fueron hechas para educar además de entretener. En su única entrevista antes del estreno de Munich, la describió como “una plegaria por la paz”.
La respuesta, sin embargo, ha sido cualquier cosa menos pacífica. Los apólogos de los asesinatos por encargo –o las “acciones preventivas focalizadas”, como se describen por estos días– dicen que Spielberg no comprende la naturaleza del mal, y mucho menos cómo combatirlo. Los defensores de la administración Bush, que tienden a ser proisraelíes, dicen que los escrúpulos morales que explora son un lujo disfrutable sólo por aquellos que no tienen la responsabilidad de velar por la seguridad de sus compatriotas.
Ha sido acusado de crear una equivalencia moral entre los palestinos que perpetraron los asesinatos de Munich y los israelíes que persiguieron a los asesinos. “A pesar de que se vanagloria de su coraje, la película tiene miedo de sí misma. Esta embebida en su idea del mano a mano”, escribió Leon Wieseltier en una de las críticas más duras a la película para la revista proisraelí La Nueva República. “La muerte de inocentes fue un error israelí pero un objetivo palestino”, agregó. El cónsul general de Israel en Los Angeles, Ehud Danoch, dijo que la película le pareció pretenciosa y superficial, una opinión apoyada por el ministro de Relaciones Exteriores israelí. Por otro lado, Abu Daoud, uno de los pocos supuestos cerebros de Munich que sobrevivieron a la represalia israelí, dijo en Damasco que la película está al servicio “del bando sionista”.
Al ver la película, y al leer la literatura en que está basada, lo primero en aparecer es que la principal crítica –la acusación de aplicar una equivalencia moral entre los palestinos y los israelíes– tiene fundamentos bastante débiles.
Los miembros del escuadrón asesino ciertamente se hacen muchas preguntas sobre lo que están haciendo. En un punto, debaten acerca de si se están convirtiendo en lo mismo que persiguen, a lo que uno de ellos responde que deben actuar como sus enemigos si quieren derrotarlos. Pero la película se abstiene de respuestas tranquilizadoras: el foco del interés está en las preguntas. Toda la evidencia sugiere que incluso Israel ha debatido la estrategia de asesinatos durante los últimos treinta años y no ha llegado a conclusiones firmes.
En todo caso, Munich les atribuye a los asesinos más escrúpulos de los que puede garantizar la evidencia histórica. Toman riesgos considerables para asegurarse de que no queden atrapados inocentes en el fuego cruzado –incluido un episodio de ficción donde corren a salvar a la hija de un vocero palestino en París luego de que ella regresa inesperadamente a casa y atiende un teléfono cargado de un dispositivo explosivo destinado a su padre–.
Es cierto, hasta donde sabemos, que los asesinos reales tenían órdenes explícitas de estar absolutamente seguros de la identidad de sus blancos y de garantizar que nadie más fuera asesinado. Pero no hay mención de las oportunidades en que los asesinos cometieron errores fatales, el más notable un caso de identidad equivocada en Noruega en 1973, cuando le dispararon a un camarero marroquí que estaba paseando con su esposa embarazada.
No hay duda de que durante los 160 minutos de Munich la simpatía del cineasta está del lado israelí. Apenas menciona la ocupación de la ribera occidental y la franja de Gaza, que empezó al inicio de la Guerra de los Seis días en 1967 y fue un estímulo importante para el crecimiento de la militancia palestina (incluida la aparición de Septiembre Negro, el grupo detrás de los crímenes de Munich). La virtud esencial de los israelíes nunca es cuestionada. Como observó Michelle Goldberg en la publicación online Salon, la preocupación central de la película es “el efecto de la represalia violenta judía en el alma judía, no en la carne palestina”.
Sin embargo, una cosa es que la película sea proisraelí y otra que evite ofender las sensibilidades israelíes. Desde el punto de vista del gobierno israelí, Munich es culpable, al menos, de una colosal falta de tacto. Aunque se ha filtrado mucha información a lo largo de los años, Israel nunca ha reconocido tener una política de asesinatos por encargo, y parece furioso con Spielberg por haberla revelado.
Danoch y otros también han cuestionado su fuente, el libro de 1984 Venganza del periodista canadiense George Jonas, que se apoya en las declaraciones de alguien llamado Yuval Aviv, quien sostiene haber trabajado para el Mossad como líder del escuadrón asesino, dato que los israelíes niegan. Un periodista de investigación del diario Haaretz ha montado una pequeña industria de convertir a Aviv en un hombre confiable.
El libro, sin embargo, podría no ser un obstáculo tan grande como la interpretación que de él hace Spielberg. Parece razonable asumir que los asesinos del Mossad debían ser inflexibles, no dispuestos a hacer concesiones. De hecho, la fuente de Jonas, identificado sólo como Avner, escribe en una nueva introducción al libro que no se arrepiente de nada que haya hecho en el nombre de su país, a pesar de todas sus dudas sobre la efectividad de esas acciones para detener la violencia contra Israel.
En cambio, la película muestra a Avner y sus colegas atormentados por la culpa, y resultan casi increíblemente blandos. Se ve a Avner llorando cuando escucha a su hija, a la que nunca conoció, balbuceando dulcemente por teléfono, y encuentra espacio para la cortesía cuando, en la escena más artificial de la película, debe sostener una conversación con un guerrillero palestino que se encuentra en Atenas. Hasta Golda Meir es retratada expresando arrepentimiento, si no duda, sobre la política de asesinatos. “Toda civilización debe negociar en algún momento con sus propios valores”, dice. Los críticos discuten acerca de si ella habría expresado esa reluctancia. “La verdad es lo contrario”, escribió Mitch Webber en The New York Sun. “Meir entendía que la obligación principal de Israel es asegurar que los judíos nunca más sean masacrados con impunidad simplemente por ser judíos. Mantener identificados a los asesinos de masas no es una concesión: es la razón de ser de Israel.”
Aquí nos acercamos al corazón de la cuestión. Spielberg y sus guionistas, Eric Roth y Tony Kushner, son judíos liberales norteamericanos que desean creer desesperadamente que hay algo moralmente superior en Israel y los Estados Unidos. Eso, para ellos, es el eslabón entre el Israel post 1972 y los Estados Unidos post 2001. La “rectitud” de Israel y lo “excepcional” de Estados Unidos son valores que la película busca celebrar y que, en alguna medida, lamenta.
Pero Israel, como apunta Webber, siempre ha considerado a su dureza como una virtud, y ha predicado su existencia como una negativa a volver a ser victimizados después del holocausto. Spielberg, en cambio, parece ansioso por establecer que incluso los asesinos del Mossad son buenas personas, y sus personajes están imbuidos de rasgos que podrían acomodarse a una crianza suburbana en el Medioeste de Estados Unidos.
Es una contradicción que la película no puede sostener, y explica por qué se enfurecieron tanto sus detractores. Para los sionistas ha cometido el imperdonable pecado de hacer que Israel parezca blando. Para los palestinos, ha colmado a Israel de una virtud moral que no se corrobora en sus acciones. Para los partidarios de la guerra contra el terrorismo del presidente Bush, se resiste a la lógica maniquea de un conflicto entre el bien y el mal al introducir grises.
No es sorprendente que estén en guardia. Hollywood y la elite liberal norteamericana han salido, hasta a un punto, en defensa de Spielberg, y es posible que la película obtenga un puñado de nominaciones para el Oscar. Como obra cinematográfica, ha encontrado su blanco y sin duda se beneficiará económicamente de la controversia. Si funciona como un ejercicio de diplomacia internacional, sin embargo, es un asunto diferente.
Andrew Gumbel / Diario Pagina12 / Argentina 2006
jueves, octubre 26, 2006
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