La mano izquierda de William Donelson se aferró al apoyabrazos cubierto de papel de una vieja silla de dentista, en un negocio de tatuajes y piercing en Cambridge, Ontario. Sus pies rebotaban suavemente en el apoyapiés cromado mientras esperaba el momento de su implante.
El encargado del trabajo -que pasa un día habitual insertando aros en cejas y ombligos de adolescentes- se puso unos guantes violeta de látex y alzó una aguja esterilizada de cuatro milímetros de ancho.
"Estoy listo", respiró hondo Donelson. Y miró cómo la aguja atravesaba la piel entre su pulgar y su dedo índice, y un microchip se introducía en su cuerpo. Al menos sería capaz de hacer lo que se había imaginado durante mucho tiempo: sumar poderes a su cuerpo mediante la tecnología.
Con la inserción del chip -aparato de identificación por radiofrecuencia-, Donelson tendría literalmente en la punta de sus dedos la misma magia que hace que las puertas de seguridad se abran con sólo pasar una tarjeta. Sólo con agitar su mano piensa loguearse en la computadora, abrir puertas y hasta su auto.
Implantarse el chip fue un procedimiento relativamente simple, pero altamente simbólico para Donelson, estudiante de computación de 21 años, ya que se trata de un link entre la tecnología y el cuerpo, algo así como un tatuaje de datos corriendo por su espina dorsal. Es una alusión a un futuro imaginado donde la gente se conectaría directamente a la computadora. Su chip nuevo, que se completa con una antena en miniatura y está encerrado en una ampolla de vidrio no más grande que un arroz grano largo, tiene una pequeña memoria donde ha almacenado las palabras: Embrace Technology (abraza la tecnología).
"La gente siempre está usando los teléfonos celulares como una extensión de sus posibilidades de comunicación, y ya son parte de uno", dice Donelson, mientras señala el auricular inalámbrico de su celular, enganchado a la oreja. La diferencia entre un aparato fijado a una oreja y otro dentro del cuerpo es, según él, "un paso bastante corto".
El grupo de los 30
Donelson y tres amigos manejaron 100 millas desde Lockport, Nueva York, hasta Ontario sólo para hacerse los implantes, trabajo para el que tuvieron que convencer, además, a Josse Villemaire. Integran un grupo de alrededor de 30 personas en el mundo que se han implantado en el cuerpo, con espíritu independiente, chips con identificación de radio frecuencia (RFID, sus siglas en inglés). En Internet, en los foros orientados, implantarse uno de esos chips se llama etiquetarse.
Los chips de silicona, que durante años han sido implantados en mascotas y ganado para identificar a sus dueños, llegan con un código numérico; algunos chips tienen una mínima memoria que les permite actualizarse. Son leídos por un scanner, casi como un código de barras, excepto porque los chips no necesitan estar visibles para ser leídos.
Los visionarios digitales vieron hace tiempo un futuro en el que la gente y las computadoras convergen. En la mayoría de los casos se imaginan una pesadilla, como en las películas Blade Runner o Matrix, pero Donelson es parte de un movimiento pro convergencia que señala que el futuro está más cerca de lo que muchos creen, que no es una amenaza, y con productos digitales cada vez más integrados al cuerpo humano.
Usos médicos y de discoteca
Por ejemplo, la gente que se siente desnuda sin su teléfono celular, que lleva de un lado al otro un manojo de claves que contienen su vida digital, que tienen su colección entera de música en un iPod ya se ha creado un envoltorio de información sobre sí misma. Lo explica Alex Soojung-Kim Pang, director de investigaciones en el Instituto para el Futuro, en Palo Alto, California: "Están viviendo una vida de relaciones simbióticas con las tecnologías de la comunicación, que ya son tan familiares como pueden ser los brazos o los anteojos. Para estas personas, la idea de implantarse una etiqueta RFID no es extraña".
El implante de chips en seres humanos no es un tema nuevo. Algunos empleados del Ministerio de Justicia de México llevan en su cuerpo chips para entrar y salir del edificio en el que trabajan, y una disco de Barcelona los ofreció para sus invitados VIP.
En Estados Unidos, la Food and Drug Administration aprobó, en 2004, que una empresa de Florida, Verichip, implante chips RFID en personas con el propósito de acceder a su información médica. La información no está en el chip, sino en una base de datos a la que los hospitales acceden escaneando a los pacientes etiquetados. Durante los últimos tres años, cuenta Verichip, se ha implantado a más de 2000 personas en todo el mundo. Cada chip cuesta 200 dólares.
"La realidad física del chip en el cuerpo no es un tema importante", explica Amal Graafstra, que en marzo de 2005 se convirtió en la primera persona independiente en implantarse un chip.
Graafstra, junto con Donelson y sus amigos se consideran parte de un grupo underground de etiquetados que están dedicados a diseñar aplicaciones para sus chips y a explorar las implicancias filosóficas. Consiguen chips RFID baratos en Internet por tan poco como 2 dólares, y conectan scanners a sus computadoras, las puertas de sus autos y otros aparatos para explotar esa tecnología.
Graafstra, de 29 años, es dueño de una empresa de tecnología para teléfonos celulares en Bellingham, Washington. Tiene un implante en cada mano, que usa para entrar en su casa, abrir su computadora y su auto.
Anna Bahney
Copyright S. A. LA NACION 2006. Todos los derechos reservados
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario