lunes, octubre 23, 2006

Alguien te está mirando

Google nos vigila muy de cerca. Google sabe mucho sobre nosotros. Google es el Gran Hermano. Eso es lo que sospechan cada vez más muchos de sus usuarios (los de su buscador, el más popular del mundo junto a Yahoo; y los del servicio de correo electrónico Gmail). Y es lo que afirma Daniel Brandt, el presidente de Public Information Research, un grupo privado de San Antonio, Texas, especializado en publicaciones relacionadas con inteligencia y negocios. Brandt es también el creador de google-watch.org, un sitio dedicado a mantener bajo vigilancia al gigante de la G y plantear todo tipo de interrogantes y alertas relativos a la privacidad de la información que Google guarda de sus “amigos y clientes”.

Una de las principales obsesiones de Brandt es el peligro de no saber qué tipos de cookies se están instalando en nuestras computadoras. Los cookies son unos pequeños archivos que se instalan en las PC, a menudo sin el conocimiento de sus dueños. Estos archivos facilitan la navegación por la red permitiendo distinguir las “preferencias” del usuario. El tema es que suele criticárselos por violar nuestra privacidad, ya que pueden rastrear el surfeo que cada uno hace en Internet. En el 2000, la Casa Blanca emitió reglas muy estrictas sobre el uso de cookies por parte de las agencias federales, prohibiendo el uso de cookies “permanentes”, que son aquellos que registran a lo largo de un extenso período datos de usuarios de Internet, al punto de poder armar una base de datos considerable sobre algunos de sus usos y hábitos.

Luego de la entrada en vigencia de esa reglamentación, Brandt descubrió que un site de la CIA utilizaba cookies que permanecen activas hasta el año 2010. Hecho el aviso, la agencia de Inteligencia emitió un comunicado expresando que se trataba de un accidente que sería corregido. Ahora, señala Brandt, es Google, que no sólo utiliza cookies con fecha de vencimiento en el 2038, sino que, en su letra chica, la empresa advierte que la compañía se arroga el derecho de cambiar los términos de su “contrato” con los usuarios. Es decir, que Google no sólo tendría un cookie eterno grabando información personal sobre todo el que use su buscador o su e-mail, sino que no deja en claro qué pasaría si hubiera efectivamente un cambio de política en la empresa, con la información recolectada durante la “política anterior”. La respuesta del director de Comunicaciones Corporativas de Google, un tal David Krane, al e-mail de Brandt en el que le planteaba este problema, se limitó a un escueto “investigaremos el motivo de su preocupación”.

Mientras tanto, cualquiera que utilice una cuenta de Gmail para enviar y recibir correo electrónico puede comprobar cómo los mayores temores sobre vigilancia personalizada a través de la red se vuelven realidad. Basta buscar en los márgenes de las pantallas las pequeñas publicidades alineadas nada casualmente con nuestros mensajes, para descubrir que esos pequeños avisos están directamente relacionados con los contenidos textuales de nuestros mails. El ejemplo que ofrece google-watch es claro y expresa las limitaciones, al menos por ahora, del sistema de publicidad personalizada: si uno escribe sobre Google watch en un texto en inglés, es probable que reciba avisos de una empresa que comercializa relojes pulsera. Es decir, un sistema de escaneo automático de Gmail localiza palabras clave en el texto (una podría ser “watch”, que en el caso de google- watch significa “vigilancia”) y envía un mensaje publicitario relacionado con ellas (en este caso, una de “watches”: relojes pulsera). Tal sería el modus operandi de Gmail. Para ponerlo en términos todavía más sencillos: si una persona le cuenta a otra sobre su estado gripal en un mensaje enviado a través de Gmail, junto a la caja de texto de su mensaje probablemente le aparecerá la publicidad de una cadena de farmacias, o incluso de un producto todavía más específico, como podrían serlo un descongestivo o un antigripal. Las preocupaciones de Brandt y su google-watch no se limitan al riesgo de que nos convirtamos en víctimas de salvajes descargas publicitarias, sino a la posibilidad de que Google utilice a discreción esa información que posee sobre sus usuarios, negociándola como valiosa mercancía con empresas comerciales o incluso con agencias de Inteligencia del gobierno en tiempos paranoides como los que vivimos.

google-watch también ha publicado artículos sobre la polémica del proyecto Google Print (la biblioteca virtual para la que dispusieron el escaneo e infinidad de libros) y algunas argumentaciones sobre su idoneidad como buscador, la manera en que lista y privilegia los resultados de cada búsqueda, y las razones por las que, ante una búsqueda específica, Yahoo y Google ofrecen –entre sus cien primeros resultados, por ejemplo– opciones un 75 por ciento diferentes. Es decir, cómo Google y otros grandes buscadores actuarían como filtros de información que decidirían cada vez más a qué pueden acceder los usuarios (por ejemplo, dice uno de los ensayos sobre el tema, la manera en que los websites públicos, los “.gov” o “.edu”, son relegados cada vez más). Es decir, que mientras aumenta vertiginosamente la cantidad de horas que pasamos haciendo valer cada centavo que pagamos por la banda ancha, no sólo el Gran Hermano nos está mirando y conociendo mejor y mejor, sino que además se está arrogando la libertad de tomar algunas decisiones más o menos importantes por nosotros.

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