Miguel García (usa sólo “Migue” ahora que se lanzó como solista) siempre tuvo una suerte de vida secreta, modo de ser sorprendente porque se trata del hijo de Charly García, probablemente la persona más famosa de la Argentina –sólo superado en devoción popular y fama por Diego Maradona–. Circulaban, eso sí, leyendas: la del chico de pálida languidez, casi un clon pelirrojo de su padre, excelente tecladista, tímido, ayudante-cuasi secretario de su padre; o la del chico problemático que vagaba intoxicado en un relativo anonimato por los boliches de Buenos Aires.
El velo sobre su propia historia se empezó a develar con el trío Kabusacki-Samalea-García, pero Migue se convirtió en un personaje más público recién con A-Tirador Láser, la banda de Lucas Martí donde tocó los teclados y cantó durante unos años. “Para mí estar en A-Tirador Laser fue como haber estado en Led Zeppelin”, dice Migue. “Me hice profesional. Teníamos una misión artística, musical, espiritual, lo que sea; que no estábamos para joder, que está bien tomarse los smoke breaks, pero que hay que trabajar en la sala. En fin, con A-Tirador Laser aprendí a ser un músico, y a construir un personaje en escena.”
Quieto o disparo, el primer disco de Migue García, tiene cierta continuidad con A-Tirador Láser, sobre todo porque lo produce Lucas Martí. Pero es claramente un trabajo personal. Canciones pop-folk sobrias, con letras extrañas de tan privadas, y una voz que recuerda a Charly joven. Pero la sensibilidad de Migue está encerrada en su mundo privado y es contemporánea a pesar de las citas a James Taylor –de quien es fan–. Tiene que cargar con odiosas comparaciones; pero a él no parecen pesarle tanto. Da la impresión de que Migue es el primero en darse cuenta de que no es tan genial como Charly García; y tiene clarísimo que, bueno, poca gente podría serlo.
Te hubieran dado un contrato para grabar mucho antes, sólo porque sos el hijo de Charly García. Pero decidiste editar un primer disco a los 28 años. ¿Por qué te tomaste tanto tiempo? –Porque estaba tocando en A-Tirador Láser. ¿Cómo me iba a hacer solista? Era muy grosso, cantaba, tocaba, incluso vivía momentos de miedo sobre el escenario porque estaba aprendiendo a manejarme ahí arriba. Estaba chocho en la banda. Cuando ese viaje terminó quedaron piezas y de ahí nacieron cosas nuevas. Entonces fue el momento.
¿Y ahora tenés miedo sobre el escenario? –No, ya tomé fuerza hacia una dirección. Ya no puedo mirar para los costados o darme vuelta. Ya estoy en ésta. En vivo, hay un tema donde no toco teclados y trato de bajarme del escenario, sobre todo en los boliches de la costa, y cantarle a la gente en la cara, medio Courtney Love. En A-Tirador ya lo hacía. Uno de los temas que cantaba era un cover de Ministry. Ahí se iba todo a la mierda. Me gusta mucho el heavy metal.
Apenas se nota en el disco... –Bueno, el disco me representa en este momento, y a lo mejor no refleja toda mi paleta de gustos, que es muy amplia. Me gustan Megadeth, Black Sabbath, Led Zeppelin, Deep Purple, el metal industrial, Ministry; y las cosas más Playstation como Atari Teenage Riot. Me gusta el grunge, Smashing Pumpkins, Sonic Youth, Iggy Pop, The Clash... soy muy ecléctico. Por eso quiero hacer una trilogía: tres discos diferentes y parecidos, y el plan es lanzar uno por año. En este disco lo que quería hacer, lo hice. Me gustaría que el próximo disco fuera más movido. Pero me están saliendo temas muy lentos. Traté de hacer un rock el otro día, pero fue lento.
Uno de los temas, “Recordatorio”, parece dedicado a tu papá. Le decís: “Y con tu genial humor, me exigís que toque rock and roll”. ¿Es cierto? –Ese tema es un homenaje a él. Y por supuesto me dice que toque rock, que toque en bares. La última vez que hablamos me dijo que me preocupe menos por la afinación. Y son consejos válidos. Es cierto que me preocupo por la afinación, más que antes, y a él le gustaba más cuando bluseaba. De hecho es el tema más blusero. Todo tiene su razón de ser.
¿Y tu mamá (María Rosa Yorio) qué te dijo? –Mi mamá me ayuda a cantar. Cada vez que hablo con ella me dice algo de la voz. Yo reniego un poco, pero después lo recuerdo. Lo último que me dijo fue: “Si me querés, colocá bien la voz”. Mucha gente que escucha el disco piensa que mi voz es muy parecida a la de mi viejo; yo coincido, pero también la escucho muy parecida a la de mi vieja. Quiero que se sepa de dónde viene eso.
El nino viejo:
Migue estudió piano desde los ocho años, al principio con una profesora rígida; dice que le resultaban muy difíciles las piezas clásicas, aunque disfrutaba las que aprendió a tocar. Recién se empezó a entusiasmar con el instrumento a los doce años, y se reconcilió del todo cuando empezó a tocar canciones. El piano es su pasión, pero también las computadoras. “Me acuerdo de que, de chico, le pedía a mi tía ‘algo con botones’. Soy un nerd. La primera Commodore 64 me la compró mi viejo. El tenía una copa de cognac, en un bar. Pegaba el sol y me decía: “Cuando el reflejo llegue acá, a la mitad de la copa, voy y te compro la computadora”. Pero le volvían a llenar el vaso, y el sol cambiaba de lugar, y yo me moría. Pero bueno, finalmente me la compró.” Migue tiene una enorme colección de discos, pero jamás usa los originales. Se ponía de pésimo humor cuando se le rayaban –rara vez devolvía los cd a sus cajas–, entonces decidió cargar toda su discografía en la computadora y archivar los originales, que no vuelve a tocar jamás.
¿Alguna vez pensaste en dedicarte sólo a las computadoras? –Sí, pero puedo compatibilizar las dos cosas. Además, no me gusta grabarme en casa; creo que es importante el estudio, y que te escuche otro. Para grabar también soy muy nerd, y de hecho lo fui en este disco, pero la idea es que no parezca. Me gusta mucho trabajar con la compu. Hago autoría de DVD, es como armar un sitio web pero de dvd; es un trabajo muy exacto, medio matemático, me gusta quedarme toda una noche probando diferentes programas a ver cuál me saca la mejor calidad de video en la menor cantidad de tiempo, por ejemplo. Es un cuelgue, pero al mismo tiempo es laburo y es guita. Para mí la computadora es una conexión con la vida.
¿No salís de noche? –Ahora nada. Tuve una época de boliches, hasta los dieciocho más o menos. Vivía de noche. Pero ya fue. De los 13 a los 18 viví muchas cosas que la gente vive de más grande. Andaba con amigos más grandes, tomaba sustancias, una onda psicodélica mezclada con Deep Purple que me agarró de pendejo. Tenía el pelo larguísimo, botas de cowboy y unas camisas que le robaba a mi viejo y me sentía en Easy Rider. Tenía una bandera de The Doors gigante colgada arriba de mi cama. Flasheaba con eso hasta que me cambió un poco el plan. Tengo 28, y a veces me siento más grande de lo que soy, me cuesta mucho relacionarme. Mucha gente de mi edad está haciendo ahora cosas que yo ya curtí.
¿Y cuál es tu plan hoy? –Ahora me interesa la familia, las relaciones, disfrutar buenos momentos con alguien, poder salir al sol en la semana y coparse, y fumar, y olvidarse y no fumar. Hace ocho años que estoy tratando de armar a esta persona que quiero ser. El plan es de hogar, amor y familia, expresión, música y un lado luminoso. Rock también, que parezca que se va a romper todo, pero mantener todas las relaciones y no destruir. Nunca destruir.
Crecer con papa:
Migue vivió con su madre hasta los 12 años. Entonces, cuenta, se fue a Pinamar y “medio que me echó de mi casa”. No tenía adónde ir, así que le rompió a patadas la puerta a su padre, y ahí se quedó, en el edificio de Coronel Díaz. Todavía vive ahí, pero desde hace mucho en un departamento dos pisos abajo del de su padre.
¿Está bueno vivir ahí? –Tiene lo suyo. El otro día leí en algún lado que cuando me voy de vacaciones, mi viejo se siente solo. Puede ser. Yo lo que quiero es construir un lugar para que él pueda venir y sentirse bien. No viene a mi casa, yo tengo que visitarlo si quiero tener contacto con él. La última vez que vino se tiró al piso y levantó a mi gata, Blanquita; él le tiene celos. Ella maulló, como diciéndole “no me agarres”, y él sonrió con una sonrisa que hace mucho que no le veía. Y eso es un poco lo que yo busco. Darle eso. Además, en cualquier momento se viene un pibe...
¿Vas a hacer abuelo a Charly? –Apenas se resuelva todo, no sabés cómo. Estoy hace seis años con mi chica, y es la persona con la que quiero pasar el resto de mi vida, porque sigo enamorado de ella. Me gustaría tener una nena. El otro día vi una foto de una nena pecosa y morocha, y pensé que mi hija podía ser así, mi novia es morocha y yo soy colorado. Tengo los colores de mi vieja.
¿Fue difícil para vos crecer con músicos? –Depende qué músico. Yo tuve suerte. Mis padres tenían conceptos muy sanos. Mi padre es una persona muy caballerosa, con conceptos muy formales de mi abuelo. Los dos son muy del amor. Pero está el problema de que los músicos son volados, o están pariendo una obra y no pueden estar con vos en los momentos en que uno los necesita. A un chico hay que laburarlo, hay que hackearlo hasta los 17 o 18, después lo soltás. Quizá yo estaba más suelto, más sin límite. Eso me llevó a experimentar cosas buenas, cosas fuertes, pero también me hizo quemar etapas y vivir la vida al revés. Después, cuando tuve que laburar con mi viejo y encargarme de todo, a nivel administrativo digamos, me cambió mucho el bocho. Fue un momento de mucha responsabilidad y de mucho estrés para mí.
¿Y cómo eras en la escuela? –A la primaria fui a escuelas normales, hasta que me empezaron a mandar a escuelas fru fru, pedagógicas medias new age, todo ese mambo, y ahí empecé a bardear mal. Me quedé libre en séptimo grado pero di el examen. Y después, en primer año, me mandaron a la escuela Siglo XXI que era una hippada total y me quedé libre. Nunca terminé la secundaria. Qué sé yo, el preceptor era divino, pero era medio cholulo y me daba más margen de error que a los otros chicos, también porque sabía que yo venía de un hogar complicado, digamos. Y los otros chicos se enojaban conmigo, me decían: “Vos faltaste más de 22 veces”. Yo estaba adolescente, con el corazón en la garganta, hacía lo que podía.
¿Viajaste mucho con tu viejo? –Sí, pero él estaba trabajando y yo estaba dando vueltas por la ciudad solo. Me elegía a los peores personajes para vaguear. Me acuerdo de cuando él estaba grabando un disco en Madrid –no sé cuál–, y yo me hice amigo de unos motociclistas que me llevaban a 200 km por hora en la autopista. O en Nueva York, me hice amigo de un mexicano y estábamos todo el día en Central Park fumando. Pero también viajé muchas veces con mi papá a Río cuando él iba a ver a su mujer, Zoca. Eran viajes desintoxicantes para él, se quedaba sentado en una hamaca paraguaya escuchando discos y leyendo revistas y yo me quedaba con él.
¿Es necesario montar un personaje para manejar el cholulismo de la gente? –Totalmente. Tenés que tener uno preparado para varias situaciones. Para un escándalo, para cuando te sacan fotos, para cuando gritan y preguntan qué le pasó a tu papá. En tu globito estás pensando: “Váyanse de acá”, pero tenés que decir: “Está todo bien”. También tenés que tener un personaje para el escenario. Acabo de hacer una sesión de fotos con dos looks, que son dos extremos buenos, uno muy glam y el otro folk. También puedo jugar. Pero en casa, cuando hay bardo o un quilombito, las guardias son muy molestas. Ya no me acuerdo, pero en el último bardo yo entraba comiendo un helado con mi novia. Un quemo. Pero son muchos años y aprendés a manejarlo.
¿Fue mucho escándalo cuando Charly se tiró del noveno piso? –Uy, eso. Le salió bien. Tiene un ángel. Por suerte me avisaron que estaba todo bien antes de que yo viera la imagen. Yo no estaba en el hotel.
¿Te asustan esas locuras de tu padre? –Muchísimo. Por supuesto. Si no me asustara, sería un loco anestesiado. Si no me asustara, me tendría que tirar yo.
Mariana Enriquez
Diario Pagina12 / Radar / Argentina 2006
lunes, octubre 30, 2006
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