Entre las décadas del ochenta y del noventa se consolidó en Europa un boom de escritores israelíes. Algunos de los nombres que más han trascendido son los de Amos Oz, David Grossman, A. B. Yehoshua y Aharón Appelfeld. Asimismo, el reconocimiento internacional los instaló cómodamente entre el público lector de los Estados Unidos. Los motivos del creciente interés por la literatura de un país que es más pequeño que nuestra provincia de Tucumán se podrían resumir de la siguiente manera: la complejidad étnica y religiosa, la apertura de la mirada hacia el mundo árabe, el universo de los "resistentes" a la occidentalización y los fundamentalismos religiosos son temas que se encuentran, hoy en día, en el centro de interés de Occidente.
A. B. Yehoshua es, sin duda, uno de los escritores israelíes más reconocidos tanto en su país como internacionalmente. Nacido en Jerusalén en 1938, luego de haber vivido cuatro años en París, en la actualidad reside en Haifa, donde se desempeña como profesor de literatura en la Universidad de esa ciudad. Asiduo colaborador del matutino español La Vanguardia y de otros diarios europeos, lleva alrededor de veinte libros publicados entre novelas, ensayos y piezas teatrales. La gran mayoría de su obra ha sido traducida a más de diez idiomas, incluido el castellano. La prensa norteamericana lo ha calificado como el Faulkner israelí por su estilo para retratar la conciencia. Se lo conoce, sobre todo, por sus novelas. El señor Mani (Anaya), Viaje al fin del milenio (Siruela) y Divorcio tardío (Alfaguara) son algunas de las que se pueden leer en castellano.
Nueve de sus novelas han sido llevadas al cine, con producciones de distintos países. Entre ellas, El amante perdido (Italia), Facing the Forest (Inglaterra) y El silencio del poeta (Alemania). Viaje al fin del milenio no sólo tiene su versión fílmica sino que también inspiró una ópera homónima, que se estrenó para conmemorar el vigésimo aniversario de la Opera de Israel. No obstante, luego de varias decepciones al ver sus novelas llevadas a la pantalla grande, Yehoshua se decidió a intervenir más activamente en el proceso de adaptación al cine. Acaba de terminar el guión sobre su novela Divorcio tardío, que se filmará en Estados Unidos.
El encuentro con A. B. Yehoshua tuvo lugar en Tel Aviv. Es un hombre sonriente y dinámico, de tupido pelo gris ondulado y nariz aguileña. Gran conversador, se deleita con las preguntas y, más aún, con el efecto que sus respuestas producen en su interlocutor.
-Treinta y cinco años de militancia por la paz árabe-israelí lo convierten en referente obligado con respecto a ese tema. -No estoy de acuerdo con mi gobierno. En los últimos cuatro años algunos judíos han tomado distancia de Israel. Hay gente que dice que hemos perdido nuestro encanto. Tenemos que llegar a un acuerdo de paz. La clave del futuro de Israel está en la resolución del problema palestino.
-¿Cómo se refleja esta situación de conflicto en el campo de la cultura? -Israel vive hoy un momento de gran ebullición en distintas áreas del campo de la cultura. Las situaciones de conflicto son buenas para la literatura, son propicias para la creación. Desde el punto de vista de la cultura, a Israel le va muy bien. James Joyce, William Faulkner, Marcel Proust y Thomas Mann escribieron sus mejores libros en el período entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Si se quiere promover la literatura, hay que crear problemas.
-Usted ha señalado que la identidad judía se define por dos pilares: la nacionalidad y la religión. Y se pregunta una y otra vez: ?¿Qué es un judío? ¿Quién es un judío?´. El problema de la identidad de su pueblo ocupa un lugar central en su vida y en su obra. -Luego de la Segunda Guerra Mundial, a la gente le preocupaba el proceso de normalización de los judíos. El problema es cómo seguir agrandando la identidad israelí. Empezamos esta operación hace doscientos años, con la introducción legítima del judío secular dentro de la identidad judía, incluso a ojos de los más religiosos. Tuvo éxito y la pregunta que tenemos que evaluar ahora es si seremos capaces en los próximos cincuenta o sesenta años de separar, poco a poco, el vínculo oficial entre nacionalismo y religión para normalizarnos como cualquier otro pueblo del mundo.
Israel tiene seis millones de habitantes. Todos ellos hablan hebreo, incluso el millón trescientos mil árabes que son ciudadanos israelíes. Se podría establecer alguna similitud con lo que sucede en Cataluña, que cuenta con el mismo número de personas que hablan catalán. Además, en ambas regiones, la cantidad de libros publicados está entre las más elevadas del planeta.
-Sin duda el hebreo cumple una función fundamental en la conformación de la identidad judía. ¿Qué papel han tenido los escritores israelíes en la consolidación de esa lengua? -A principios del siglo XX el hebreo estaba prácticamente muerto. Fue a través de la lengua como se construyó la nación de Israel. Mi país recibió inmigrantes de cerca de setenta naciones. Abandonaron sus idiomas y comenzaron a hablar hebreo. Nuestro idioma les dio la sensación de pertenencia. Luego, la consolidación del lenguaje fue una tarea de los escritores. Por ese motivo sentimos una gran responsabilidad respecto de nuestro idioma.
-¿El uso del inglés, segundo idioma en Israel y de enseñanza obligatoria en las escuelas, puede amenazar esa unidad lingüística? -El inglés es una amenaza para muchos idiomas pequeños, no solamente para nosotros sino también para el danés, el holandés y otras lenguas europeas. En cambio, nosotros no tenemos que defender el hebreo del ladino o del idish. Los árabes israelíes hablan hebreo muy bien y algunos de ellos también lo escriben.
-Hablemos de su obra. ¿Comenzó su carrera como narrador escribiendo novela? -No. He sido un novelista tardío. Me tomó mucho tiempo llegar a escribir una novela. Durante largos años escribí cuentos. Y aconsejaría a los jóvenes escritores que no se apuraran a escribir novelas.
-Aunque usted nunca ha publicado poesía, ¿considera que ese género ha influido en su prosa? -Admiro la poesía. Escribir prosa es más fácil. Escribir poesía es como conducir un auto cuyas ruedas están desconectadas del volante.
-El matrimonio es un tema recurrentemente en sus novelas. Pienso en Open Heart, donde un muchacho recién casado de menos de treinta años se enamora de una mujer de cincuenta años, o en Viaje al fin del milenio, cuyo protagonista, Ben Atar, es perseguido por ser bígamo. -El matrimonio es una relación muy particular. El vínculo con los hijos es de por vida, con los padres también. En cambio, el matrimonio es una relación que se puede destruir en un día. Para mis novelas he investigado bastante este asunto a lo largo de la historia. Hace mil años, el noventa por ciento de los judíos vivía en el mundo musulmán. Solamente el diez por ciento vivía en Europa y ejercía la monogamia. En mi novela Viaje al fin del milenio, quise crear una situación en que la cuestión acerca de la bigamia y la monogamia fuera un problema.
-Acaba de escribir un ensayo acerca de las raíces del antisemitismo. -En efecto. Se encuentran menciones antisemitas ya en el mundo pagano. Un judío es como un texto con muchos baches y esto permite al antisemita proyectar sus miedos, sus ansiedades y sus angustias. Cuando Hitler perdió, su frase fue: ?Yo desconocía que los judíos tenían tanta influencia sobre Churchill´.
Paula Varsavsky
Para LA NACION -- Tel Aviv, 2005
miércoles, octubre 25, 2006
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