Aún hoy, el cuaderno escolar de los alumnos de escuela primaria sigue siendo un campo de batalla: la caligrafía, temblorosa y dubitativa, la ortografía con sus traicioneras normas y la indispensable aritmética siguen siendo los ejercicios básicos para comenzar toda educación escolar. Claro que tres décadas atrás la situación era muy diferente: el liquid paper, las gomas de borrar de mayor calidad y las biromes fueron reemplazando a las impredecibles gomas dos banderas y las trágicas manchas de tinta y sin olvidarnos de las peligrosas gilletes, sólo aptas para cirujanos de la prolijidad.
Hoy la cuestión sigue siendo la misma: evitar que el cuaderno del niño sea un mamarracho, un mamarracho que sirva de excusa para que cualquier maestra menopáusica, histérica o simplemente proclive al castigo como método educativo haga catarsis represivas que, para un niño o una niña, suelen tener algo de traumático. Más allá de su utilidad escolar, el cuaderno ha sido siempre un instrumento de tortura. Para los niños poco dotados para el arte del dibujo, los mapas y los dibujos pedidos por las maestras podían llegar a tener un carácter pesadillesco. Claro que la necesidad agudiza el ingenio: usando un papel de calcar (o papel manteca), y con un poco de paciencia, se podía delinear con un lápiz sobre un dibujo complicado, o un mapa imposible. Después sólo era cuestión de volver a rayar el reverso y de repasar nuevamente la línea y transferirlo a la hoja del cuaderno. Una vez coloreado, con este simple método el dibujo calcado siempre tenía más posibilidades de obtener un “Muy Bien 10”, un “Felicitado” o un “Excelente” que cualquier dibujo fantasioso o cualquier copia voluntariosa hecha sobre una hoja borroneada y semidestruida. En este contexto, la aparición del Simulcop (un cuadernillo de hojas papel manteca con versiones para los distintos grados que traía los dibujos que se necesitaban para todo el año) tenía algo de mágico y también de tramposo. El Simulcop se presentaba (y no sin razón) como “el dibujo que dibuja”. Oficializar el calcado (hubo maestros que se opusieron) era algo así como la institucionalización del ingenio técnico. Patentado en 1959 por Jacobo Varsky como “plantillas de dibujo”, en los 60 fue editado por Luis Lasserre, autor de la siguiente dedicatoria: “Amiguito: Simulcop espera ser para ti un colaborador con el que podrás vencer las dificultades que tienes para realizar bien tus dibujos. En sus hojas hallarás todo el material gráfico necesario para que cada tema que desarrolles en tu cuaderno pueda ser ilustrado con su dibujo en forma fiel y perfecta, y así alcanzar la vivencia que facilite a tu mente el retenerlos”. La “vivencia” que prometía el Simulcop era algo especial y exclusivo y Lasserre sabía cómo alentar a los alumnos: “Obsérvalos bien, analízalos... cultivarás así tu intuición...”.
La “intuición formativa” del Simulcop se usaba y se volvía a usar y, como toda tecnología, tenía sus accidentes específicos. Uno de ellos era que, al ser bastante caro, se heredaba de hermano a hermano. El resultado eran dibujos cada vez más tenues y desprolijos, aunque siempre “escolarmente correctos”. El otro defecto, más profundo, era que con un buen Simulcop los chicos ya no tenían ninguna necesidad de aprender a dibujar. Ni hablar de dibujar “de memoria”, o de “imaginación”. La intuición del simulcopado calcador no necesitaba perder tiempo en esas cosas. Más allá del rescate estético o sentimental del Simulcop, su uso es un ejemplo de la estandarización de la educación, síntoma previo a su casi desaparación.
Si la tarea encargada por la maestra consistía en dibujar un pulpo, el Simulcop ofrecía “el pulpo”. No había otro. A cambio, evitaba que en un exceso de entusiasmo se le dibujaran nueve brazos en vez de ocho, a la vez que permitía también calcar un esquema de su organización interna y clasificar al pulpo como parte de los moluscos dentro de la familia de los cefalópodos.Imposible precisar hoy en día cuál era la intuición que desarrollaba el Simulcop, aunque es cierto que facilitaba a los chicos el sacarse de encima las penosas y a menudo arbitrarias tareas escolares. Si el Simulcop logró “facilitar vivencia para que la mente de los estudiantes retuvieran los temas estudiados” es hoy un misterio insondable, pero lo cierto es que en los años 60, los 70 e incluso hasta principios de los 80, el Simulcop dividía aguas entre los estudiantes: estaban lo que simplificaban su vida usando el Simulcop (que en general eran todos aquellos que lo podían comprar) y los que debían bancarse la envidia, e ingeniárselas con sus ojos y su mano para aprender a dibujar y así ilustrar, con mejor o peor suerte, sus deberes. Y esperar el menor descuido de compañeros para simulcopear algún dibujo y poder, rápida y certeramente, hacer bien los malditos dibujos de las invasiones inglesas (con las mujeres porteñas tirando agua hirviendo a los ingleses), el escudo de la Asamblea del Año XIII o el funcionamiento de una mitocondria.
Claro que la venganza de los no simulcopeanos llegaba cuando la maestra anunciaba, para toda la clase, una consigna desconcertante, para la que ya no había copia que valiera: “Y ahora, para terminar la clase... ¡un dibujo libre!”
Santiago Rial Ungaro
Opiniones:
Por Miguel Rep
Que se vendan dibujos de Simulcop para mí no significa una sorpresa. Yo en los años 60 compré muchísimo Simulcop y es lo que uso a diario para mis dibujos. Mis dibujos de todos los días están sacados de Simulcop. Ya los tengo todos gastados, me envicié tanto que no puedo usar otra cosa. Carezco de inventiva, lo único que se me ocurren son guiones bastante precarios y para poder ilustrarlos lo que necesito son dibujos precarios como los de Simulcop. Ya los gasté a todos.
Ya sería hora, y este es un pedido especial que hago a la empresa que los comercializa: que saquen Simulcop con dibujos de Rafael, Berni y Klimt. Pero por favor: no caigan en la vulgaridad de hacerlos con dibujos de Matt Groening, ya bastante le afanan todos acá.
Por Martin Kovensky
Tengo un recuerdo algo borroneado del Simulcop: básicamente es el de unos cuadernos con dibujos ya hechos, más bien de orden realista, que utilizábamos en la escuela primaria allá por la década –dorada– del ‘60. No estoy seguro si eran para calcar o si al presionarlos con una birome se transferían al papel que recibía el dibujo. Como sea, así como el Letraset, son tecnologías que con el advenimiento digital fueron.
Ahora se vende bajo un halo nostálgico, y me piden que escriba sobre esto. ¿Es que no hay notas en simulcop para poder copiarlas en mi correo electrónico?
Silencio.
No hay y pienso y escribo.
Quizá lo bueno sea que son dibujos, no importa de qué manera, porque lo cierto era que esos dibujos eran la representación de la realidad que después sólo la fotografía pasó a representar mecánicamente de manera omnipresente. Y a mí todo lo que sea recuperación del dibujo me parece una excelente noticia. Porque junto al dibujo se recupera la manualidad, y con la manualidad se pone cierto –relativo– freno a la alienación cultural en curso.
Además suena simpático que el tiempo no se devore todo, o al menos como parece ser este caso, nos devuelva en un eructo sincrónico los huesitos de nuestra memoria. Es un consuelo de postre, en el banquete de la eternidad.
Por Daniel Paz
Cuando estaba en la escuela primaria había un Simulcop en mi casa. Era un Simulcop usado. No sé si lo heredé de mi hermana o de mis primos, pero estaba muy estropeado, los dibujos estaban todos rayados, y se hacía muy difícil usarlo. Por otro lado, también estaba la sugerencia de mi papá de que no lo usara. El quería que yo hiciera mis propios dibujos sin recurrir al Simulcop. Esto, sumado a mi vocación por el dibujo hizo que el Simulcop quedara ahí, sólo para mirarlo.
Desde chico, el dibujo fue mi forma de expresión más eficaz. No era muy buen estudiante, ni muy bueno en deportes, ni tenía muchos amigos. Mi fuerte era el dibujo y me la pasaba dibujando. Los próceres eran los únicos que no se podían dibujar; ahí había que usar figuritas. Me parecía algo casi deshonroso tener que usar el Simulcop.
En aquella época se usaba bastante, pero eran sus últimos tiempos. Hablo de mediados de los ‘60, una época en la que todo estaba cambiando. Y la iconografía del Simulcop tenía más que ver con los años ‘40 y ‘50, con el primer peronismo, formaba parte de una estética que empezaba a quedar obsoleta.
De todos modos, me gustaba mucho sentarme a mirar las imágenes del Simulcop, casi tanto como me gustaba mirar la enciclopedia que había en la biblioteca de casa. Esos dibujos de línea limpia me parecían bellos.
Por Jorh
El Simulcop ocupa una parte de mi corazón, como los muñequitos Jack y Titanes en el ring. Eran cosas que estaban a mi alcance. Mi mamá me compró un Simulcop cuando era chico y también una cosa de plástico para hacer círculos que todavía venden en Florida. Siempre quise el Segelín, una alambre para cortar telgopor y formar figuras, pero era caro como el Cinegraf, una para pasar cine con dibujitos, que tampoco pude tener. Pero el Simulcop era barato, estaba a nuestro alcance. Adoro el Simulcop. Lo usé un montón para dibujar próceres, animales, plantas, tantas cosas. Lo usaba en la escuela primaria pero también en los ratos libres.
La mayoría de los dibujantes empezamos copiando y el Simulcop fue lo primero que llegó a mis manos. Fue la antesala de los kalkitos, que ya eran dibujos a color, más tipo figurita. Pero el Simulcop fue lo primero.
Espero que si hacen algo nuevo no sólo estén la escarapela, la bandera y San Martín. En la sección con las profesiones estaban el bombero y el zapatero. Ahora podrían poner el piquetero y el chico del delivery.
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lunes, octubre 30, 2006
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