lunes, octubre 30, 2006

“Argentina ayuda mucho al pesimismo”

Los amigos del escritor Rafael Pinedo, o quienes lo conocen desde hace muchos años cuando era actor del off off, después de haber leído Plop (Interzona), novela con la que obtuvo el Premio Casa de las Américas en 2002, no podían creer que ese “Rafa” jodón, payaso, charleta y siempre con los jugos gástricos del humor en funcionamiento para meter sus bocadillos haya escrito una historia tan cruda, que algunos han definido como “festival antropológico de la degradación”. En su vieja casona de Palermo –la parte del barrio que todavía no fue invadida por locales artísticos y gastronómicos–, Pinedo bromea en la entrevista con Página/12 sobre esa distancia abismal entre lo que él transmite como persona y lo que genera en sus libros. “A veces pienso que tengo que animarme a escribir un cuento donde no se muera nadie.”

Novela desconcertante, “ideas en acción”, como la definió Marcelo Cohen, Pinedo empieza Plop, un niño parido en el barro, con sus garrotazos certeros desde el fondo del pozo en donde se ve un cielo gris, a veces negro. Más que el paisaje, las acciones de ese grupo de sobrevivientes son los últimos manotazos desesperados en un mundo en estado terminal, que sólo conduce a la degradación y a la muerte. “La historia era tan dura que cualquier adjetivo era un juicio, entonces no había más remedio que no opinar –explica Pinedo ese estilo austero que impuso al escribir la novela–. La historia es cruenta, la situación también; mi consigna fue que lo único que quedara fuera la supervivencia, y después agregué los ritos, las estructuras jerárquicas y los tabúes. Desde la antropología traté de llegar a lo más elemental posible y solamente incorporé lo que era funcional a la historia para que fuera verosímil, para que tuviera una estructura antropológica coherente.”

¿Por qué ese lenguaje tan pulido?
–Era funcional a la historia y se fue puliendo hasta el punto de que deliberadamente no hay descripciones de personajes sino sólo acciones. Si no hubiera apelado a estos recursos hubiera sido una novela vomitiva. Bueno... un poco vomitiva es (risas), pero hubiera sido escatológica si no hubiera limado el lenguaje. ¿Cómo hacer para no caer en el sadismo? Despojando hasta llegar la raíz; si me ponía a describir hubiera resultado chancho.

¿Eso de no caer en la escatología es un talón de Aquiles de la literatura de ciencia ficción que se escribe en estos tiempos?
–No, de hecho en realidad no sé si Plop es ciencia ficción, ha caído allí porque es el lugar que me han dado los editores generosamente. La ciencia ficción todavía está apegada a la aventura y a lo edificante del mensaje.

En la contratapa de la novela se la define como “ciencia rudimentaria” y “ficción de las ruinas”. Es ineludible encontrar en Plop una atmósfera que pivotea sobre las ruinas de la Argentina. ¿Lo pensó de esa manera?
–Parece que mi inconsciente es mucho más inteligente (risas). No me propuse nada, no tengo nada que decir ni que enseñar, no hay cosa que esté más lejos de mí que levantar el dedo e iluminar. Plop es una idea, una imagen que surge y se desarrolla. Esta novela, como Frío y la que estoy escribiendo ahora, Subte, tiene que ver con la destrucción de la cultura. Por algún lado ese tema me ataca, no puedo evitarlo, las ideas que se me ocurren van por ese camino, pero no sé por qué. La cultura se desmigaja y las migas se pudren en el suelo y si no miralo a Bush... Intención de mensaje político no tengo, aunque tenga compromisos con los derechos humanos y esté inserto en la realidad que vivo. Lo único que pretendo es que el lector no se aburra, el pecado imperdonable de un libro es aburrir.

¿Por qué hace tanto hincapié en la estructura mítica del relato?
–Tengo la permanente sensación de que este mundo es absolutamente ridículo, que las estructuras son absurdas, y además, como he trabajado en grandes corporaciones, más absurdo veo todo. La única cosa inteligente que hizo Milan Kundera fue acuñar el concepto de “la insoportable levedad del ser”. Me di cuenta de que no había otra cosa que no fueran ritos, o lo que es peor que no había nada detrás de la cultura humana. Por eso lo que hace Plop es sobrevivir porque sólo hay esquemas de supervivencias. Como dijo Angélica Gorodischer, de lo único que se escribe es sobre Eros y Tánatos.

¿Ese pesimismo le viene de siempre o hubo algún hecho que haya modificado su manera de mirar las cosas?
–La Argentina ayuda mucho (risas). A mí lo único que me salvó fue la lectura. Pero tengo una pequeña teoría y es que la literatura no se hace cuando se escribe; esa gente que dice “yo hago literatura” está mintiendo, salvo dos o tres capitostes. Cuando uno escribe sólo pone palabras en el papel, la literatura se construye cuando la lee el lector. Saramago, que sabe que está haciendo literatura, en realidad no la está haciendo cuando escribe sino cuando corrige, o sea cuando lee. Porque la literatura es lectura, no es escritura; no hay literatura en la escritura sino en la lectura. Marcelo Cohen dice que él no abandona una frase hasta que no está correcta. Es un obse... no me imagino una semana pensando una frase. Mi sensación es muy curiosa: escriben mis dedos y piensan mucho mejor que yo.

Silvina Friera

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