No resulta tarea fácil traducir una novela de Martin Amis, un autor que usa el argot con frecuencia, pero su último trabajo, Perro callejero (Anagrama), supuso un problema añadido: el lenguaje de los teléfonos móviles. Su traductor, Javier Calzada, comprendió pronto que muchos de los SMS (siglas de la expresión inglesa short message system) incluidos en la novela por el polémico escritor daban mucho juego literario en inglés, pero trasladarlos al español, donde las vocales son el centro de las palabras, parecía imposible. Para resolver semejante sopa de letras recurrió a sus hijos, los amigos de sus hijos e Internet. El resultado se lee así en una de las páginas de Perro callejero: “Hacia mediodía hora de Londres recibió el siguiente mensaje: ‘Kerido: t agrdzdc tanto tu consolador mnsaje....no snada pro las cosas estan + clars ahora. Siento como si m hubieran quitdo un pso de encma. A1que mi pdre tenga que kedar hosptalizado en st andrews gravmt enfermo... ¿sabs que pienso k m estoy enamorando d ti, clint’”.
Pero la literatura no hace sino reflejar una vez más la propia vida. El uso de móviles y el envío de mensajes de texto se han convertido en un fenómeno social y lingüístico. Cualquiera que haya intentado mandar un SMS para las últimas fiestas se habrá encontrado con una saturación de los sistemas. Es que el precio de los mensajes de texto los ha convertido en una opción económica para las comunicaciones instantáneas. Pero no todos los usuarios de móvil se expresan igual. Los más jóvenes han adaptado su propio código a base de abreviar las palabras para conseguir meter el máximo de información en los 160 caracteres que caben en la pantalla.
En los SMS, el ahorro pasa por la ortografía. Entre el autor de este mensaje de móvil: “Hl a todos¡ q tal yo en kasa ya + adaptada studiando 1poco. T exo d-. Bss, tqm”, y el de este otro: “Aviso a toda la población: el simulacro de paz y amor ha finalizado. Guarden los langostinos, insulten a cuñados y disuélvanse”, media una diferencia de edad de casi 30 años y una frontera lingüística. Pero lo que a unos les limita porque acaba reduciendo su nivel de vocabulario, a otros –cada vez se amplía más el perfil del usuario a los 40 años– los ayuda a enriquecer la comunicación y con ella el idioma del que una vez más queda clara su capacidad de adaptación. De hecho, ya funciona un diccionario de mensajes de móvil (www.diccionariosms.com) en el que se pueden consultar y traducir los términos SMS en castellano. El diccionario se ha realizado a partir de la recopilación de abreviaturas que se emplean en los mensajes de teléfonos celulares y en los chats de Internet.
Pero las expresiones aconsonantadas, abreviaturas como xq (porque) o el uso exclusivo de los verbos en el modo presente han trascendido ya el marco de la pantalla del móvil y de los chats entre los más jóvenes que empiezan a usar el mismo código en los exámenes. “El problema no es la tecnología, sino la ignorancia”, aclara el escritor y académico de la lengua Antonio Muñoz Molina, usuario obligado de un teléfono celular por motivos de trabajo como director del Instituto Cervantes de Nueva York. “Lo que hace falta es una educación que favorezca el uso de la palabra; lo demás son códigos, que de una u otra manera la juventud ha utilizado siempre para distinguirse del habla de sus mayores”.
El autor de El jinete polaco se niega a ser apocalíptico sobre nada que tenga que ver con los avances tecnológicos o con la decadencia de la cultura. “Se dijo que el CD iba a acabar con el libro o que la computadora acabaría con la máquina de escribir, pero las novelas se siguen escribiendo hasta con pluma. Se trata de tecnologías distintas que no afectan la naturaleza de lo que se hace.” Lo preocupante es que se escriba con faltas de ortografía o que ese código particular se transfiera a otro tipo de comunicación: “Nadie escribe como habla, ni se habla igual cuando te diriges a un amigo que cuando mandas un fax”.
Amelia Castilla
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lunes, octubre 30, 2006
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