Un profundo dolor la llevó a un mundo hasta entonces desconocido. Pero ya no quiere acordarse de la causa que la impulsó a dedicar sus horas a mejorar la vida de miles de personas. Noemí Mai prefiere hablar del presente y trabajar por un mañana mejor.
Hace diez años creó el grupo misionero Cinco Panes y Dos Pescados, una compleja maquinaria que aceitó sus instrumentos para que comida, ropa, calzado, herramientas, útiles, juguetes y todo lo que hiciera falta llegara a más de 300 pueblos de nueve provincias.
La pérdida de un hijo fue la puerta que la hizo entrar en este nuevo mundo. Se dio cuenta de que había que atacar la marginalidad desde sus raíces: el hambre, la falta de educación, la ausencia de oportunidades.
Dejó todo para dedicar sus horas al grupo. Noemí estaba al frente de una empresa de cosmética con 1400 empleados. Vendió todo y utilizó toda su capacidad organizativa en esta otra empresa, su gran empresa, que ya lleva una década de trabajo. "Me di cuenta de la responsabilidad que tenemos cada uno y todos en cambiar las cosas", cuenta.
Noemí apoya su tarea en las "socias" que distribuyen las mercaderías: las monjas de tres congregaciones que se comprometen a recibir y entregar lo que ella envía. Son las Hermanas Misioneras de San Juan Bautista, las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul y las Hermanas Claretianas.
Hoy llegan a 300 pueblos de Jujuy, Salta, Formosa, Misiones, Córdoba, San Juan, Chubut, Santiago del Estero y Corrientes. Cuando LA NACION visitó por primera vez a Noemí, en 2000, la ayuda del grupo llegaba a unas 60 localidades de siete provincias.
A distancia
Conoce con precisión qué se necesita en cada pueblo, dónde y para qué se utiliza cada cosa que manda. Con puntillosa organización, detalla qué manda en cada envío y espera con ansiedad la carta que cuente que todo llegó en tiempo y forma.
Noemí nunca viajó. No conoce más que por foto cada rincón del que habla como si se hubiera criado ahí. "No necesito viajar. Confío en las hermanas. Mi trabajo está acá", dice segura. Sobre una mesa del convento de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul, en el barrio de Constitución, despliega cientos de fotos y comienza a hablar de los lugares, de las personas, como si dialogara con ellos.
"En el barrio toba, en Formosa, bajamos a cero la desnutrición. ¡Mirá cómo creció la obra en Chubut! La gente, trabajando; los chicos, limpios -dice, pasando una tras otra las fotos-. No sabés lo contenta que me pone cuando veo los lugares así de transformados", confiesa.
Noemí recalca a todos los que reciben sus donaciones que le manden fotos. Para ella, es la mejor constancia de que las cosas llegan, de que se usan para lo que fueron donadas, de que logran cambiar la vida de quienes las reciben. "Yo las muestro al que donó diez o al que donó mil", dice.
"Nuestra lucha más grande es para que no existan los comedores: las mamás tienen que aprender a cocinar en sus casas. Tal vez necesitemos más comida y vajilla, claro, pero es más digno. Los comedores cubren la emergencia, pero no se puede depender de ellos", agrega.
El milagro de Jesús
El nombre del grupo hace referencia al milagro que hizo Jesús al multiplicar panes y peces para que una multitud comiera hasta saciarse. Todo a partir de cinco panes y de dos peces. Dice que a ella le pasa lo mismo: siempre aparece lo que están necesitando.
Noemí está entusiasmada con lanzar una campaña para que todos los chicos lean, al menos, una hora al día. "Eso les devuelve la ilusión. Muchos no tienen pasado, presente ni futuro. La alfabetización los lleva a soñar", afirma.
Esta menuda mujer, de charla incesante, nos invita al depósito, donde clasifica y embala todo lo que sale de viaje. El poco espacio es su principal enemigo, así que nada de acopiar: las cosas llegan, se clasifican y parten. "Esto es Añatuya; aquello, Humahuaca", dice Noemí, señalando las pilas y pilas de cajas rotuladas. "Ahí estoy preparando marzo, que para mí es febrero", dice, mostrando una repisa con útiles escolares.
Su tarea sería imposible sin las personas que hacen donaciones; sin las empresas de transporte que hacen que las cosas lleguen a destino. Noemí reconoce que su resultado es obra de muchos. "Yo no recibo nada que no esté diez puntos. Quizá sea soberbio, pero nuestros chicos no tienen por qué ser menos que los demás. Yo no limpio los placares de otros", asegura Noemí.
"Esto es como una gran casa. Cinco Panes necesita de todo: alimentos, remedios, útiles, ropa, botas de goma. Pero antes de que me manden ropa, prefiero tela, hilo y máquinas de coser y que los chicos usen ropa que les cosa su propia mamá", dice.
Confiesa que siempre tiene un poquito de stock de herramientas para apuntalar desde el inicio a los que deciden poner algún microemprendimiento en marcha. Para ayudarla se puede llamar al 4585-0379 o escribir a gm_5panesy2pescados@yahoo.com.ar.
Noemí tiene dos hijos, seis nietos y dos bisnietos, pero dedica a Cinco Panes y Dos Pescados la mayor parte de su día. "Me guió la idea de que la Argentina no sea una fábrica de esclavos; que la gente no dependa de un político para llenarse la panza. Creo que un país es dominado si es hambriento y analfabeto; por eso lucho: para combatir estos dos males", afirma, poniéndose seria.
Cynthia Palacios / Diario La Nacion / Argentina 2006
lunes, octubre 30, 2006
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario