miércoles, octubre 25, 2006

Carlos Eduardo Robledo Puch: "Nunca me escapé de la cárcel porque se lo prometí a mi mamá"

Serán sus últimas palabras, después de cuatro horas de conversación. Parado delante de una ventana, con la luz del sol formando una aureola detrás suyo, lo dice con aire profético. "Yo me compadezco de ustedes, que se van", apunta. "Hoy caminás por la calle y cualquiera te mete un plomo. Vas con tu novia, te matan y te la violan. Es terrible la violencia que hay afuera", sentencia el mayor asesino de la historia criminal argentina antes de volver a su celda del penal de Sierra Chica.

Hace casi 34 años que Carlos Eduardo Robledo Puch (53) está preso. Lo detuvieron cuando tenía 20 recién cumplidos, el 4 de febrero de 1972, luego de un viaje desquiciado de doce meses en los que asesinó a once personas, violó a una, abusó de otra, intentó hacerlo con una tercera y cometió 17 robos y dos hurtos , todo en la zona norte del conurbano bonaerense; la lista más larga de delitos imputada a una sola persona en el país. "Sólo Dios sabe si ya pagué. Mis amigos me dicen que sí, que ya está", señala.

Es el primer reportaje que concede en casi una década, el primero desde que cumplió los 30 años preso que requiere la ley para que un condenado a reclusión por tiempo indeterminado como él pida la libertad condicional. Una libertad que todavía no pidió a pesar de que, asegura, "perder la libertad es perder todo".

Robledo Puch aparece de improviso ante fotógrafo y periodista de Clarín, apenas atravesado el muro interior de la prisión de Sierra Chica. "Ahí está Carlitos", lo señala el jefe del penal. Por el patio se acerca un hombre de gorra negra con visera, anteojos oscuros de marco plateado y campera de cuero negro con corderito. El termómetro marca 28ºC.

Estrecha las manos que se le ofrecen y entra a la oficina del subjefe de Asistencia y Tratamiento. La puerta se cierra y queda a solas con Clarín. "Yo no doy entrevistas", avisa, en la primera de las contradicciones que tendrá. "Es que soy un tipo normal, como cualquiera. Aunque ¿qué es ser normal? ¿seguir la corriente como siguen todos? ¿ser un pusilánime?", pregunta.

Se sienta ante un escritorio, se saca gorra, gafas y campera. De aquel chico de rulos ingenuos sólo conserva los ojos claros y penetrantes. Tiene el cabello blanco, corto, y en la parte superior de la cabeza ya muchos pelos renunciaron. Encorvado y algo ajado, usa una musculosa blanca con agujeros y un jogging negro. Hay tatuajes en sus brazos: una cruz, un corazón que dice "Mónica" y otro sólo con ese nombre. Es justo el de la única novia que tuvo en su vida libre, pero se niega a confirmar si es por ella. "No hablo de mi vida", advierte. También dirá que no habla de su caso, de la condena que le aplicaron hace 25 años, pero lo hará.

¿Por qué no pide salir?
¿Y quién me devuelve mi vida? Así saliera hoy, no me devuelven los 34 años perdidos acá adentro. Años que me sirvieron a mí mismo, porque no los usé para la pelotudez como el típico preso que se embrutece. La cárcel sirve. Te echan acá y uno elige cómo vive.

¿Pero no quiere irse?
¿Quién no quiere irse? Pero me iré en libertad cuando corresponda, si corresponde. No tengo nada que pedir. Cuando el Estado sea más eficiente, podré salir con bombos y platillos. ¿Vieron las películas, donde el guardia viene y te dice que te vas, y salís y está tu amigo esperándote en un auto y nadie más? Pero esto es distinto. Un día un guardia me dijo: "Este es un país mediático". Fijate el caso (Omar) Chabán...

¿Qué pasa con Chabán?
Leí lo que se escribió sobre el caso (Cromañón, 194 muertos), lo que hay en su contra. Me quedo con mi causa y te regalo la de este hombre, porque esa es gravísima. Lo van a condenar por genocidio. No tiene defensa, porque era el dueño del circo.

¿Y usted tiene defensa?
Yo no me quejo de mi suerte. La prensa hizo amarillismo conmigo. Exhuman el expediente y escriben que soy un hijo de puta, que no me arrepentí... En Capital Federal a mí me sobreseyeron por el robo de un Farlaine en un garaje y el crimen del sereno, pero en provincia me imputaron el crimen de la mina que cometieron con ese auto. Esa y la otra (dos mujeres violadas, una fue asesinada)... una era una modelo ¡y la otra era un patín! Me acusaron de violarlas pero, para mi alivio, los peritos dijeron que no las violaron y no me cargaron eso.

Sí lo condenaron por eso.
No (golpea la mesa).

Robledo se indigna. Tal vez porque sabe que fue un cómplice quien cometió las violaciones. O tal vez porque, como confesó en una pericia después de pedir el pase al pabellón de homosexuales de Sierra Chica en 1977, nunca tuvo relaciones con mujeres.

No responde preguntas sobre sus asesinatos, pero sí habla del juicio: "Me tiraron a los leones. No hubo testigos presenciales de nada. Algún estúpido dirá que los muertos no hablan. Pero ni los testigos me reconocieron".

¿Entonces cree que lo deberían haber absuelto?
Yo no quiero justificarme, porque el único que justifica es Dios. En un país serio, como Estados Unidos o Alemania, te dicen que te consideran culpable, pero que no reunieron evidencia para condenarte. Condenar a una persona de por vida era común en la Edad Media, pero no hoy. Se requieren otras pruebas.

¿Qué otras pruebas?
De la causa en sí, yo no hablo. Pero si vamos a los hechos, el expediente mío es pura basura. Y a mí me tuvieron preso toda la vida con pura basura. Es como le dije a una médica que me hizo un examen: yo no soy Barreda (Ricardo, dentista que mató a su familia), mi apellido es Robledo. Yo respondo cuando me hacen preguntas, no quiero vender ningún paquete. Conmigo quisieron tener un Charles Manson criollo, pero para alivio mío en algunos anuarios de los diarios ni aparezco. Aparece ese hijo de puta del Petiso Orejudo, no yo.

¿Se considera inocente?
Conmigo no hubo una prueba, una huella. ¿Cristo fue culpable de algo? ¡Si no pecó nunca! Ahora, si lo dice Robledo Puch, es un cínico que no está arrepentido. Yo no digo que soy inocente. Soy un condenado, pero quisiera saber algún día en qué se basaron aquellos que me juzgaron. Todos los que me conocían le preguntaban a mis padres: "¿Cuándo sale Carlos?". Y ahora, si le preguntás a cualquiera en la calle, te dice: "¿No se murió ese hijo de puta? Se tiene que pudrir en la cárcel".

¿Qué haría si saliera?
No tengo sed de nada, no me mueve nada, ni venganza ni el arrepentimiento. No tengo la menor idea de lo que haría afuera. Nadie se acercó a proponerme nada, tampoco. En un país en serio, me hubieran dado unos pocos años preso y el propio Estado me hubiera sacado en libertad. Me hubieran dicho: "Ahora sos fulano de tal, acá tenés, andate". «8—¿Imagina cómo lo mirarían?

Yo no soy Maradona, no quiero que me conozca nadie. A mí la fama me la hicieron, hoy soy un tristemente célebre. Si no me cago muriendo en la cárcel, quiero vivir feliz y tranquilo sin que nadie me reconozca.

Enseguida, Robledo anticipa que no permitirá que le saquen fotos. "No quiero darle el gusto a mis enemigos de que vean el paso del tiempo en mi cara", se justifica. "Como decía (Alfredo) Yabrán, sacarme una foto hoy es como pegarme un tiro".

¿Está arrepentido?
Hay que tratar de usar la vida lo mejor posible. A mí no me queda más que arrepentirme del mal que hice y hacer el bien hasta que me muera, para que el día de mañana me juzguen también por eso. Un día le pedí perdón a mi padre porque soy su único hijo y terminé así. El me dijo que no me preocupara, que aunque tuviera diez, uno se preocupa por el que está en desgracia. Yo me arrepiento de no haber seguido los consejos de mi padre.

¿Cuáles?
Mire, yo estoy pagando, estoy preso. Y quiero aclarar algo, yo nunca tuve un auto robado. ¿De donde salía el dinero para comprarlos? Bueno... A mí me dolía ver a mi padre, con su capacidad, que fuera empleado. Por esos años, '68 o '69, yo quería que se se hiciera comerciante. Fui y le dije: "Papá, esto es para vos". Y le di las llaves de un Chevy blanco. ¿Sabés qué respondió? "No, gracias, Carlos, ¿para qué lo quiero?". Le dije "vendelo, poné un comercio". Me dijo que no. ¿Sabés lo que vale un padre así?

¿Ahí no pensó en cambiar?
Cuando sos adolescente, sos adolescente. No soy el mismo que a los 20, aunque el hombre nunca cambia su naturaleza. Me sigo manejando como me enseñaron mis padres: valen la palabra, la responsabilidad y la puntualidad. Trabajé toda la vida: para delinquir y para robar hay que trabajar mucho. Fui desobediente, pero a mi viejo nunca dejé de escucharlo. El me decía que cuidara a mi vieja, que si no la iba a llorar... Yo nunca me fugué de acá porque se lo prometí a ella. Un día vino y yo estaba raro. Me preguntó qué me pasaba, si tenía fiebre. Hasta que dijo: "Ya sé, te querés escapar". Le respondí: "¿Cómo supiste?". Y le prometí que no iba a fugarme nunca.

¿Se acuerda de cómo pensaba a los 20 años?
Con la misma exitación y la misma fe que hoy, pero con menos conocimientos. Yo me eduqué para el sacrificio, me eduqué a la espartana. Jamás tuve miserables anhelos personales. Yo no niego mi pasado delictivo, no me puedo enorgullecer de él. Cuando quise dinero, fui y lo tomé. Hice muchísimo dinero, pero nunca tuve nada. Yo me arrepiento de los muchísimos errores de mi juventud. Cometí muchos errores en mi vida. Y ¿sabe una cosa? los mejores momentos de mi vida los disfruté solo.

Rolando Barbano / Diario Clarin / Argentina 2006

2 comentarios:

LUCHO dijo...

buenas, queria saber si podia conseguir un contacto con Rolando Barbano, el entrevistador de esta nota, gracias
Luciano vilas
1551502987
luchovilas@gmail.com

LUCHO dijo...

buenas, queria saber si podia conseguir un contacto con Rolando Barbano, el entrevistador de esta nota, gracias
Luciano vilas
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luchovilas@gmail.com