lunes, octubre 30, 2006

Nené Kafkallar (auténtica responsable del adjetivo “kafkiano”)

Desparpajo: a derecha, nené k. en la plenitud de su hermosura; a izquierda, una imagen que certifica cómo el joven orejudo se apropió hasta de la particular mirada de nuestra heroína.
Si la historia de la literatura puede ser definida como una sucesión de desplazamientos, apropiaciones y luchas por lograr cierto reconocimiento o imponer determinadas versiones del mundo, es preciso reconocer que tal batalla fue perdida por casi todas las autoras que tuvieron la desgracia de no haber nacido en el siglo XXI. El patriarcado feroz no solo escatimó la edición de obras maestras, sino que, cada vez que olió un clásico, se lo apropió.

Este es el triste caso de Nené Kafkallar (Palermsk Hollywood, Praga, 1796-1899), prolífica autora que volcó su talento descomunal en varias ramas del arte y cuyo más sutil legado fueron las historias donde la fuerza del bien y del amor siempre triunfan sin necesidad de luchar. Nené era la menor de 23 hermanos; su madre dirigía la Academia de Bricolage más famosa de Praga; su padre era un próspero comerciante de tierno carácter. La pequeña fue la mimada de hermanos, vecinos y aún de las criadas, que la encontraban extremadamente dulce y lúcida: aprendió a leer y escribir en 10 idiomas (entre ellos, el código de mensajes de texto, que siempre lamentó no poder usar ya que nadie había querido inventar la telefonía celular), demostraba una sensibilidad especial para la música y devoraba con fruición cuanta galletita se cruzara en su camino. La familia era feliz, Nené era feliz, el mundo era un lugar bello, y ella, con sólo 8 años, decidió compartir su felicidad: escribió, primero, Carta al padre, una extensa confesión de amor y gratitud que embargó de emoción al señor K. Luego, fue el turno de Carta a la madre, de idénticas características. Entusiasmada por los resultados, Nené no pudo detenerse: siguieron Carta a los hermanos, Carta a los primos, Carta a los primos lejanos y Carta a los vecinos, todo lo cual generó un formidable torbellino en el Correo de Praga, que redundó en una prosperidad inaudita: sin quererlo, Nené había inventado la subida de la Bolsa por acción tangencial. Pero quizá lo más importante fue que su apellido quedó ligado a la belleza del mundo: “kafkiano”, desde entonces, fue sinónimo de acciones amorosas, dulzura infinita y corazones regocijados (como en esa tan bella canción Yo quiero un novio re-kafkiano).

Con el tiempo, Nené aguzó su natural habilidad para las narraciones. Gustaba de contar historias a amigos y familiares, sin sospechar que su generosidad sería respondida con avaricia y maldad. Un infausto día, dio a conocer a Victor Hugo el bellísimo Los adorables, que él retomó y envenenó hasta obtener Los miserables. Con su amigo Charles Dickens compartió el movedizo Oliver, bailemos un twist, que él amargó y despojó de ritmo para publicar con su firma Oliver Twist.

La pureza de corazón impedía a Nené demostrar (o aun sentir) ofuscación ante estos atropellos. Ni siquiera se mosqueó cuando un jovencito orejudo amigo de algunos de sus 86 nietos anotaba palabra por palabra su relato más festejado: La increíble metamorfosis de Gregorio en un hermoso bichito de luz (que en veladas con adultos, y quizás algo achispada, tantas veces reformuló como Gregorio, sacá el bichito que hay en vos). A los 103 años, mientras soñaba con angelitos y ovejitas cantarinas, murió plácidamente en su cama rococó rosada. Sus descendientes mantuvieron viva su memoria cuanto pudieron, pero la publicación de los manuscritos del jovencito orejudo terminó por ahogar el recuerdo: la similitud de los apellidos hizo que el adjetivo kafkiano quedara exclusivamente para él.

El éxodo ocasionado por la guerra y la hambruna llevó a parte de los descendientes de esta gran autora a desembarcar en el puerto de Buenos Aires, el mismo lugar en el que un insensible funcionario de migraciones cambió la grafía original del apellido de la familia por difícil y porque “la K queda reservada para un presidente futuro”. Los Kafkallar debieron comenzar de cero como los Cascallar. Tuvo que ser en este país al sur del mundo donde uno de esos descendientes recordara a su ilustre antepasada bautizando con su mismo nombre a su primogénita. Inculcó en ella el amor por lo sensible, la pasión por las historias y el gusto por la televisión. El tiempo, a su manera, hizo justicia, aunque lo kafkiano nunca volvió a ser lo que era.

El presente texto es un adelanto exclusivo del Diccionario de pronta aparición en español.
Traducción y adaptación del griego antiguo: Nené Vaggiola.
Diario Pagina12 / Argentina 2006

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